Identity
O cómo pretender edificar un castillo de naipes sobre una lavadora (de las antiguas).
"Identity" (James Mangold, 2003) es una de esas películas con ínfulas de inteligencia. Es fácil imaginarse al guionista, sentado frente a su ordenador, tecleando el Final Sorpresa Supremo con una sonrisa de satisfacción, sintiéndose el mayor genio sobre la tierra. Pues lo siento mucho, señor Cooney, su final apesta.
En fin, vayamos por partes. Supongo que la película empezaría a cobrar forma en torno al año 2000, en plena fiebre de los finales impactantes ("El sexto sentido" 1999, "Memento" 2000, "Los otros" 2001...). La idea de base es clásica: metamos a un puñado de personajes en un motel de carretera y que empiecen a ser masacrados; cuando vayan atando cabos descubrirán que están mucho más relacionados entre sí de lo que pensaban; es cuestión de encontrar al asesino antes de que todos perezcan.
La idea es buena y ha funcionado en incontables ocasiones con anterioridad (en particular, salida de la pluma de Agatha Christie). Claro que para ello hay que cumplir una serie de requisitos, el más importante de los cuales es: NO ENGAÑES AL ESPECTADOR. Es muy fácil sorprender. Basta con sacarse de la manga algo tan estúpido o tan improbable que jamás nadie hubiera podido verlo venir. La gracia está en realizar juegos de manos, desviar la atención hacia pistas falsas mientras agitas la buena frente a las narices del público, provocar el error de juicio de forma tal que al final pueda decirse: "Ves, la solución ha estado ahí todo el rato y no has sabido descubrirla".
Alternativamente, puedes emplear otra estrategia (al estilo "Dark city", Alex Proyas, 1994): ir desvelando poco a poco el misterio, sin pretender tanto sorprender con el final como construir un todo asombroso. En uno u otro caso hay algo esencial para que todo encaje, la coherencia interna.
"Identity" carece por completo de coherencia. Las docenas de pistas que van soltando no conducen más que a callejones sin salida. Construye un laberinto sin salida, con el ánimo de confundir al espectador para que, al final, cuando un bulldozer abre una salida a lo bestia y desde fuera se contemple la verdadera e inverosímil naturaleza del laberinto, caiga en un éxtasis de adoración hacia la portentosa mente detrás de todo el timo. Pues me temo que no, que yo en estos casos me siento estafado (para entendernos, viene a ser como las novelas de Pérez Reverte, por en medio hay mucha trama pero al final todo se queda, con suerte, en obra del puro azar).
Es una pena, porque la cosa prometía. El póster es magnífico, con la huella de una mano en la que los dedos son siluetas humanas y el principio intrigante (resulta magnífica la forma de reunir a los personajes en el motel, tanto por la secuencia de acontecimientos como desde una perspectiva visual). Eso por no hablar del reparto, notable para una producción de apenas 30 millones de presupuesto.
Lástima que nadie les contara a los productores que lo del deus ex machina estaba de moda en tiempos de Eurípides. A mí, al menos, me hubieran ahorrado un cabreo.
"Identity" (James Mangold, 2003) es una de esas películas con ínfulas de inteligencia. Es fácil imaginarse al guionista, sentado frente a su ordenador, tecleando el Final Sorpresa Supremo con una sonrisa de satisfacción, sintiéndose el mayor genio sobre la tierra. Pues lo siento mucho, señor Cooney, su final apesta.
En fin, vayamos por partes. Supongo que la película empezaría a cobrar forma en torno al año 2000, en plena fiebre de los finales impactantes ("El sexto sentido" 1999, "Memento" 2000, "Los otros" 2001...). La idea de base es clásica: metamos a un puñado de personajes en un motel de carretera y que empiecen a ser masacrados; cuando vayan atando cabos descubrirán que están mucho más relacionados entre sí de lo que pensaban; es cuestión de encontrar al asesino antes de que todos perezcan.
La idea es buena y ha funcionado en incontables ocasiones con anterioridad (en particular, salida de la pluma de Agatha Christie). Claro que para ello hay que cumplir una serie de requisitos, el más importante de los cuales es: NO ENGAÑES AL ESPECTADOR. Es muy fácil sorprender. Basta con sacarse de la manga algo tan estúpido o tan improbable que jamás nadie hubiera podido verlo venir. La gracia está en realizar juegos de manos, desviar la atención hacia pistas falsas mientras agitas la buena frente a las narices del público, provocar el error de juicio de forma tal que al final pueda decirse: "Ves, la solución ha estado ahí todo el rato y no has sabido descubrirla".
Alternativamente, puedes emplear otra estrategia (al estilo "Dark city", Alex Proyas, 1994): ir desvelando poco a poco el misterio, sin pretender tanto sorprender con el final como construir un todo asombroso. En uno u otro caso hay algo esencial para que todo encaje, la coherencia interna.
"Identity" carece por completo de coherencia. Las docenas de pistas que van soltando no conducen más que a callejones sin salida. Construye un laberinto sin salida, con el ánimo de confundir al espectador para que, al final, cuando un bulldozer abre una salida a lo bestia y desde fuera se contemple la verdadera e inverosímil naturaleza del laberinto, caiga en un éxtasis de adoración hacia la portentosa mente detrás de todo el timo. Pues me temo que no, que yo en estos casos me siento estafado (para entendernos, viene a ser como las novelas de Pérez Reverte, por en medio hay mucha trama pero al final todo se queda, con suerte, en obra del puro azar).
Es una pena, porque la cosa prometía. El póster es magnífico, con la huella de una mano en la que los dedos son siluetas humanas y el principio intrigante (resulta magnífica la forma de reunir a los personajes en el motel, tanto por la secuencia de acontecimientos como desde una perspectiva visual). Eso por no hablar del reparto, notable para una producción de apenas 30 millones de presupuesto.
Lástima que nadie les contara a los productores que lo del deus ex machina estaba de moda en tiempos de Eurípides. A mí, al menos, me hubieran ahorrado un cabreo.
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